Un paciente que se presenta para someterse a las pruebas y al que no se le ha detectado la infección por el VIH tiene unas necesidades ligeramente diferentes a las de un paciente al que se le ha detectado la infección y puede haber desarrollado el SIDA. El elemento común para ambos grupos de pacientes es la necesidad de conocer las circunstancias en las que se produce la infección, las posibilidades de reducir los riesgos asociados a la infección, los posibles métodos de gestión en caso de confirmación de la infección, la provisión de apoyo emocional, psicológico y de intervención relacionados con el descubrimiento de la infección. En el caso de los pacientes que han sido tratados por una infección durante un periodo de tiempo más largo, también serán importantes elementos como la necesidad de conocer el curso del tratamiento, los efectos secundarios esperados de los fármacos, la necesidad de informar a las parejas sexuales actuales sobre la infección, la garantía de la regularidad en la toma de los fármacos y la perspectiva del curso posterior de la infección, incluida la garantía del resultado esperado de una carga viral indetectable y la necesidad de volver al funcionamiento normal antes de la infección, suponiendo, por supuesto, la continuación del tratamiento regular y los diagnósticos de seguimiento.
En esta relación, la/el enfermera(o) es la expert(a), la mentor(a), la persona en la que el paciente confía y de la que espera información que le permita recuperar el estado mental, físico y emocional que tenía antes de la infección.
Hay que tener en cuenta que el diagnóstico de la infección por el VIH puede afectar a pacientes en diferentes fases de la infección, que van desde el diagnóstico realizado únicamente por motivos profilácticos, sin ningún síntoma de la enfermedad, hasta los síntomas a largo plazo de la infección crónica que no responden al tratamiento previsto para las enfermedades típicas (por ejemplo, linfadenopatía crónica, bazo agrandado, infecciones cutáneas frecuentes, infecciones de transmisión sexual frecuentes, es decir, sífilis, clamidia y otras infecciones), hasta la aparición de síntomas de las llamadas enfermedades indicadoras de SIDA, como el sarcoma de Kaposi, las infecciones fúngicas respiratorias, la tuberculosis pulmonar o extrapulmonar, la bacteriemia recurrente por Salmonella, la criptococosis pulmonar, la encefalopatía asociada al VIH, los tumores indicadores de SIDA, como el linfoma de Burkitt.
En cada uno de estos casos, pueden desarrollarse enfermedades muy diferentes y, en consecuencia, pueden surgir necesidades de enfermería muy distintas, que pueden ir desde el mero apoyo emocional y llenar el déficit de conocimientos sobre la infección, hasta el cuidado completo de la enfermera/enfermero de la persona que es totalmente dependiente debido a la enfermedad. Esto se debe a que el SIDA no es una enfermedad con un único cuadro clínico, sino un complejo de diferentes enfermedades que, debido a la destrucción de la barrera inmunitaria del cuerpo humano, pueden manifestarse con síntomas de diferentes órganos y sistemas.
Desde el punto de vista de la teoría de la enfermería, dependiendo del estado general del paciente y de la progresión de la enfermedad, habrá modelos muy diferentes de cuidados de enfermería para los pacientes infectados por el VIH o diagnosticados por esta infección:
En todos los diferentes casos de personas infectadas por el VIH o a las que se les realiza un diagnóstico de VIH, la enfermera/el enfermero tiene que desempeñar sobre todo el papel de un profesional, libre de prejuicios relacionados con el propio paciente, su identidad de género, su orientación sexual, las elecciones de vida realizadas, los riesgos de salud asumidos. En una relación de este tipo no es difícil expresar una opinión que puede ser desagradable o injusta para el paciente, razón de más para que se exija al enfermero que atiende a ese paciente un alto nivel de cualificación y competencia.